El mes de marzo de este año tuve la oportunidad de visitar Ciudad de México por primera vez. Como buena amante de las culturas populares, urbanas y las micro-identidades, mis viajes siempre priorizan el conocimiento profundo de una ciudad sobre el conocimiento superficial de muchas. En esta ocasión, gracias a una electiva espectacular sobre la Revolución Mexicana que cursé en el pregrado y una revisión bibliográfica un poco más reciente, emprendí mi viaje con el suficiente conocimiento histórico que me permitiría concentrarme en el levantamiento de información más actualizada sobre la ciudad. Lo anterior, con el fin de caracterizarla, humanizarla, darle una personalidad que me permitiera relacionarme y comunicarme con ella tan bien, como si estuviéramos sosteniendo una conversación. A partir de esta conversación, buscando unir los puntos entre lo que fue, es y aspira ser Ciudad de México, logré darle una identidad desde mi subjetividad:

Según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe (2022), en México se presentan alrededor de 11 feminicidios a diario, siendo el segundo país en la región con el mayor número de feminicidios al día después de Brasil. Asimismo, alrededor del 71% de las mujeres en el país afirma haber sido víctima de algún tipo de violencia de género al menos una vez a lo largo de su vida (INEGI, 2021). Esta realidad no solo ha permitido, sino también impulsado la gestación de uno de los movimientos feministas más fuertes y consolidados del mundo. Un movimiento que ha logrado incorporar y mantener la violencia de género en el centro del debate social, político y académico a nivel nacional durante los últimos veinte años. Un movimiento que, si bien no ha conseguido materializar los cambios estructurales necesarios para garantizar el total respeto a los derechos de las mujeres, ha trazado una ruta clara con algunas victorias tempranas.

Un ejemplo de ello es la adaptación progresiva del transporte público a las necesidades de las mujeres en CDMX. Desde el año 2000, las autoridades locales establecieron los dos primeros vagones de cada tren de las líneas 1, 3, 7, 8, 9 y A para uso exclusivo de mujeres y niños menores de 12 años. Lo anterior, en respuesta a las múltiples y recurrentes denuncias de acoso sexual a mujeres en las instalaciones del metro. Asimismo, en el año 2015, durante la administración de Miguel Ángel Macera, la cromática de los taxis pasó de ser roja con dorado a ser blanca con rosado (Pantone 226C) en conmemoración del derecho al voto de las mujeres, la lucha contra el cáncer de mama y la erradicación de los feminicidios. A ello, se le suman iniciativas más recientes como “taxi rosa” y DiDi Mujer donde se asignan automóviles para el traslado exclusivo de mujeres conducidos por mujeres, permitiendo garantizar la seguridad de las usuarias y contribuyendo a la disminución de la desigualdad de género.

 

Sin embargo, a pesar de dichos esfuerzos, 96.3% de las mujeres que utiliza el transporte y los espacios públicos en CDMX confirma haber sufrido algún acto de violencia sexual en estos espacios (ONU Mujeres, 2018). En este contexto, cerca de 90 mil mujeres en CDMX salieron a protestar el pasado 8 de marzo de 2023, durante la celebración del día Internacional de la Mujer. Vestidas de morado, igual que las jacarandas que por esa época florecían en la ciudad, mujeres de todas las edades salieron desde distintos puntos de la ciudad con destino al Zócalo, donde se reunirían una vez más para alzar su voz en contra de la desigualdad de género y sus diferentes manifestaciones.

Además de ser testigo de los esfuerzos de una ciudad como CDMX por responder a las necesidades de las mujeres, pude ser testigo de la preparación de toda una ciudad para lo que consideran uno de los días más importantes del año en términos sociopolíticos. Las adecuaciones físicas y sistémicas que antecedieron las marchas parecían el proceso de preparación para un gran ritual. Un gran ritual que permearía toda la ciudad, tocaría fibras sensibles y me convencería de la inusual energía femenina que caracteriza a este lugar. De esta forma, comencé a definir a CDMX como una mujer. Una mujer mestiza, fiel a su pasado y a sus raíces maya. Una mujer madura, que reconoce y honra su historia. Una mujer cosmopolita, en constante movimiento y transformación. Una mujer culta, inteligente e intelectual. Una mujer naturalmente atractiva y llamativa a la vista. Una mujer resiliente, capaz de enfrentar cualquier adversidad.

 

Al caer la tarde del 8 de marzo, vi como las mujeres regresaban a sus hogares después de haber marchado y protestado durante casi todo el día. La mancha morada comenzó a disiparse, pero no fue hasta dos días después que el gobierno local terminó de recoger las vallas de protección que cubrían los lugares emblemáticos, que la ciudad pareció volver finalmente a la normalidad. Una normalidad muy parecida a la de otras grandes urbes, caracterizada por conducir a las personas hacia un ritmo de vida acelerado basado en el trabajo y en la producción. Sin embargo, ante mis ojos, a esta normalidad ahora también la caracterizaba la lucha diaria, silenciosa y constante de las mujeres por el respeto a sus vidas, sus derechos y sus libertades. Ahora mi comunicación con la ciudad era más fluida, sentía el susurro de una vez femenina que me guiaría el resto de los días de exploración de la ciudad hasta llegar a la conclusión de que CDMX es, sin duda, una de las mejores ciudades que he tenido el placer de visitar.